viernes, 4 de abril de 2008

CARAHUE DESDE EL LICEO*: La educación en la perspectiva del desarrollo comunal, 1882-1912

Pedro J. Canales Tapia[1]

Dedicado a mi Padre,
Octavio Canales Pérez, Diácono y Profesor, 1934-2001

Introducción

El siguiente trabajo es una propuesta y una invitación. Lo primero significa presentar una visión histórica en base a fuentes primarias, bibliográficas y orales, del origen y las perspectivas de desarrollo de Carahue considerando sus primeros treinta años de existencia, como unidad urbana y extensión rural construida socialmente por un ethos cultural chileno y mapuche. Lo segundo tiene que ver con entusiasmar a la población carahuina que precia sus raíces y desenvolvimiento histórico, para que comience a preocuparse de su patrimonio cultural, valorándolo, promoviéndolo, resguardándolo y si fuera necesario mejorando en el avance inexorable del tiempo.

En la actualidad, esta comuna de la Araucanía, inserta en los lindes de la provincia de Cautín, detenta el 4.2 % de la superficie total de la región. Su población urbana alcanza el orden del 51.2 % y la rural el 48.8 %, registrando la población mapuche un 20.5 % de la población total que bordea los treinta mil habitantes según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, INE. Económicamente, sus suelos son utilizados principalmente en actividades ganaderas, agrícolas y forestales con un 37, 25 y 21 % respectivamente. Se debe mencionar también que un ranking regional de vulnerabilidad, Carahue ocupa el 5º lugar, antecedido sólo por Los Sauces, Lonquimay, Saavedra y Galvarino[2].

Ahora bien, si alguien cree que en estas líneas encontrará un detallado sin número de datos y años, se equivoca. La óptica elegida en este ensayo es la de analizar tendencias y grandes ideas. Estas son las que repercuten, modifican o reproducen el acervo histórico.

La primera parte del articulo ahondará en la discusión de historiadores acerca de qué es la historia. La idea es apoyar las inquietudes surgidas en la lectura con textos en los cuales se discute el objetivo y las formas de hacer historia desde ámbitos académicos y populares indistintamente. La segunda parte centrará su interés en la fundación de Carahue y los elementos ideológicos que acompañaron este proceso; para concluir en con la presentación de algunos antecedentes sobre Carahue en los primeros años del siglo XX, ocasión en la cual se presentará una entrevista diseñada y registra por Rodrigo Tilleria, alumno de 1er Año Medio B del Complejo Educacional Claudio Arrau León durante el segundo semestre del año 2001 a Luis Zapata San Martín, maestro encargado de la mantención del Museo de Maquinas de Carahue, a quienes se les agradece su labor e insta a seguir con esta trabajo de rescate del patrimonio cultural e histórico de la comuna.

En el ámbito teórico, las bases de este trabajo se cimientan en los aportes de la teoría del control cultural del antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, el cual sostiene que existen cuatro niveles de contacto entre culturas que cohabitan un mismo espacio, dependiendo del afán de dominación estos contactos se van tornando más nocivos para el grupo más desprotegido. Para este autor:

“Por control cultural entiendo el sistema según el cual se ejerce la capacidad social de decisión sobre los elementos culturales. Los elementos culturales son todos los componentes de una cultura que resulta necesario poner en juego para realizar todas y cada una de las acciones sociales: mantener la vida cotidiana, satisfacer necesidades, definir y solventar problemas, formulas y tratar de cumplir aspiraciones. Para cualquiera de estas acciones es indispensable la concurrencia de elementos culturales de diversas clases, adecuados a la naturaleza y al propósito de cada acción”[3].

Metodológicamente se ha utilizado el método histórico y aportes de la historia oral. Las fuentes de estudio, además de bibliográficas y prensa, se remiten a la revisión del Archivo Regional de la Araucanía, y específicamente del fondo Gobernación de Imperial, entre los años 1896-1912.

Labor necesaria

Carahue debe depositar en el conocimiento de su historia, su impulso y sentido de futuro. El desarrollo comunal sólo así a de lograrse con creces. No es fácil tal misión, sin embargo, la alientan los procesos sociales y políticos que respaldan un quehacer educativo, comercial, cultural, etc. constante y volcado hacia lo propio y conocido.

Comenzar a escribir esta Historia es deber comunitario. De Carahue y su gente. De sus grupos etáreos, sociales, deportivos, de género, políticos, educacionales y otros. Nadie se puede sustraer o negar a dicha labor. Para tales efectos, resulta apropiado reflexionar en torno a qué es la historia; cuáles son sus repercusiones y cómo emprender este objetivo manifiesto.

Al respecto, se puede señalar como primer argumento que la historia entendida como el estudio del pasado, se denomina “historiografía”, la cual a su vez, observa, escudriña y cuestiona a lo pretérito. Dialoga con culturas y sociedades pretéritas, muy presentes en el hoy y ahora. En este caso con la cultura mapuche, chilena y extranjera; cercanas a la contemporaneidad de la historia. A los problemas que constriñen y repercuten en la construcción de un presente que no es más que una aspiración de futuro, una ilusión o proyecto, cargado de viabilidad, según sea el caso o la formulación de ésta.

No obstante, esto no merece la consagración de una única interpretación del sentido que los sujetos entregan a la historia. La población en general considera que la historia es “contar hechos pasados y punto”, a diferencia de los expertos que plantean y transmiten como "historia" o "historiografía" en sus prácticas y reflexiones otros enunciados[4]. Por ejemplo, en figuras extranjeras como von Ranke, Dilthey, Marx y Weber, se puede visualizar con relativa notoriedad que esta temática, la definición de historia detentada por algunos autores, y las posiciones congregadas, resultan distintas unas de otra, formando entre sí -eso sí- un verdadero debate en el tiempo y el espacio.

¿Que significa esto?

Para von Ranke, quien presenta su primera obra hacia 1824, dice Joseph Vogt:

"...la historia constituye un proceso, pero su sentido no se halla contenido en el resultado final: Dios aparece en la historia -dice el Vogt-, pero no se disuelve en ella. El secreto de la historia se encuentra -para Ranke- oculto en todas sus épocas y cada una de ellas ha de aportar su propia contribución" [5].

Considerando esta primera aproximación, von Ranke sostenía que :

"La labor del historiador consiste en reconstruir la vida del pasado en la armonía ya dada en el conjunto de los hechos históricos. Este nexo, dado ya objetivamente, cree Ranke descubrirlo, sobre todo, en la unidad de la Europa cristiana, en el sistema de las grandes potencias que han surgido del imperio y de la Iglesia de la Edad Media, coexistente ahora en un cierto equilibrio y encarnan la riqueza de la humanidad mediante la variedad de sus Estados y culturas."[6].

Hacia 1831 vonh Ranke en La Idea de Historia Universal:

"...se declara contra la construcción arbitraria y apresurada de las ideas o lo universal..."[7].

postulando:

"...la necesidad de llegar a lo general, al universo, a partir de lo individual. Esto supone -cree Vogt- la unión de intuición y conceptualidad y va en contra tanto de la mera investigación de los hechos como de la especulación filosófica"[8].

Inspirado en esta premisa, el historiador alemán, alentó a una basta generación de estudiosos alemanes y europeos, en su forma de concebir la historia y el estudio de ésta.

Entre otros puntos, con von Ranke se afiató la noción de historia de grandes personajes, en base a fuentes o archivos escritos y la intención de hacer de esta práctica una labor en la cual lo "objetivo" no permitiera la irrupción de sesgos "subjetivos". Nacía así la tentación de hacer una historia "científicista" de Europa y compañía. En Chile los exponentes de esta orientación fueron entre otros Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mckenna.

Otro estudioso alemán, Wilhelm Dilthey, trabajó esta temática motivado por dos grandes inquietudes: a) responder a von Ranke y b) elaborar y refinar sus ideas contenidas en textos culmines como Introducción a las Ciencias del Espíritu del año 1883.

"Partiendo del especial objeto de la ciencias del espíritu, llegó a la convicción de que los hechos de la experiencia interna sólo pueden estar sujetos a leyes que resultan de esos mismos hechos. Las leyes psicológicas, por consiguiente, tienen que poder garantizar a las ciencias del espíritu su peculiar carácter positivo. Es asunto de la psicología -advierte Vogt- el determinar las cualidades generales e idénticas de los individuos"[9]

Para este estudioso la historia sólo podría ser comprendida luego de conocidos los hechos o acontecimientos generales, pues:

"...la historia, en cuanto ciencia del espíritu y continuando el pensamiento del idealismo filosófico y de la concepción histórica de Ranke, puede comprender la corriente histórica; puede captar el camino en el que las ideas generales se manifiestan en lo singular y demostrar las formas que va tomando la razón histórica en el espíritu humano. Como estas formas son genéricas, queda fundamentada la posibilidad de la compresión histórica como la tarea última de la historia del espíritu"[10].

En otro sentido, la propuesta histórica de Karl Marx, surgida de la filosofía idealista hegeliana, a mediados del siglo XIX, tiempos en que el Estado chileno comenzaba a ocupar la Araucanía, fue construyendo un acervo conceptual socioeconómico, que dio relevancia, en el estudio y comprensión de la historia, a ciertos elementos por sobre otros.

"Según su teoría no es el espíritu ni la conciencia lo que determina el ser social, sino el ser social el que determina la conciencia de los hombres"[11] .

Las relaciones dialécticas surgidas entre los sujetos -las clases sociales- hacedores del entramado social y económico configuran, para Marx, la base de soporte en la cual se desenvuelven las relaciones de producción propias y:

"...la base real en la construcción del mundo histórico y sobre ella se alza, en la constitución y el derecho, la superestructura política, y en la religión y la filosofía, la superestructura ideológica" [12],

por lo cual:
"El movimiento histórico -señala Vogt- no es propulsado por ideas ni tampoco por personalidades, sino por las relaciones económicas, sobre todo por el contraste entre las fuerzas productoras y las relaciones de propiedad.
Una vez que las fuerzas productivas han modificado ya el viejo orden jurídico, ahora anticuado, es mantenido aún por la clase dominante, que se halla en posesión de los medios de producción, de suerte que ha de surgir la revolución de los oprimidos"[13] ,

cuestión que Marx expresa en el Manifiesto Comunista que:

"La historia de todas las sociedades hasta hoy es la historia de la lucha de clases"[14].

Ya en siglo XX, desde la sociología, las impresiones de Max Weber fueron recogidas, calibradas y estudiadas, fundamentalmente debido a que:

"Mientras que en Europa occidental y Norteamérica la sociología se constituyó en un sistema independiente..."[15] ,

este cientista:

"(...) renunció a un sistema conceptual que captase la realidad en una estructuración definitiva. A él le interesaba la creación de aquellos conceptos que pudieran servir de orientación en el mundo histórico y una sociología comprensiva en cuanto fenomenología estructural de la historia universal"[16].

En Europa y Estados Unidos, y en menor grado en Latinoamérica, la historia ha ido siendo percibida como una disciplina que estudia la sociedad desde fragmentos y no un todo, cuestión imposible y no discutida hoy que se reconoce la crisis de los paradigmas que dieron vida a la modernidad. Fruto de esta constatación es que la Historia Oral a sido una herramienta que junto con validarse permite entender la historia como un conglomerados de experiencia significativas para un sujetos, individual o colectivo, que transforma y activa cambios sociales en un mundo constreñido por el neoliberalismo económico[17]. Autores como Peter Burke. Gwin Prins, Jan Vansina, Alessandro Portelli, Rhalp Samuel, Guillermo Rochebrun, Mario Garcés y tanto otros han ido legitimando esta forma de hacer historia tan exasperante para algunos íconos de la vieja guardia historiográfica.

De la mano con la historia oral se encuentra la historia local, otra modalidad de escribir historia desde los sitios en que los sujetos se desenvuelven e irradia su historicidad al conjunto. Ella actúa como una pedagogía social, pues:

“(...) puede contribuir en la recuperación de imágenes y experiencias que han marcado nuestra vida en sociedad y que trascienden los sesgados modelos culturales vigentes”[18].

A pesar de la complejidad que reviste la modificación permanente de las identidades populares:

“(...) según se transforman las condiciones del empleo, los ingresos, la institucionalidad local, los modos en que se resuelven los problemas sociales más relevantes –como el de la vivienda, la educación o la salud- y según cambian, también, las formas en que el pueblo participa o da lugar a movimientos sociales que apuntan a generar mejores condiciones para su existencia y sociabilidad”[19]

Por su parte en Chile, recientemente los profesores Gabriel Salazar y Julio Pinto Vallejos, han escrito en su Historia Contemporánea de Chile ciertas reflexiones teórico-metodológicas dignas de incluir en este "diálogo".

En el volumen I de dicha obra expresan que la historia por ellos escrita no es la síntesis ni la descripción de hechos correlativos dentro de un eje cronológico. Ellos plantean una reflexión desde la historia, del desenvolvimiento "social" que ha tenido Chile en su etapa contemporánea, entre otras conceptualizaciones.

En el segundo volumen refuerzan la concepción esbozada y se detienen en el concepto "social". Citan, contraponen, discuten y proponen ciertas condiciones a la hora de definir y utilizar dicha acepción, concluyen planteando quiénes hacen la historia de este y todos los países.

"Para nosotros -indican los profesores-, lo que distingue lo <> social de otras dimensiones del quehacer humano es la existencia de identidades de carácter <>, situadas entre la particularidad atomizada del individuo y la unidad <> -y, a nuestro juicio, muchas veces forzada- de la sociedad"[20],
.
en la cual:

"Esas identidades intermedias corresponden entonces a actores colectivos, cuya acción (o inanición) da forma a los grandes procesos sociales. Pensamos -añaden- que las personas que integran esos <>, en tanto comparten experiencias, necesidades e intereses, van construyendo <> que las cohesionan entre sí y las diferencias de otros actores que comparten su mismo espacio social"[21] .

Por lo cual, concluyen expresando una certeza sanguínea-racional:

"...la <> no se agota en los espacios públicos o los aparatos estatales, en las decisiones de los líderes o las hazañas de los héroes, sino que abarca a la totalidad de las personas que habitan nuestra sociedad, y cuyo protagonismo cotidiano, (...), es la carne y la sangre de la verdadera historia social"[22].

Para un grupo de historiadores encabezado por Sofía Correa y Alfredo Joselyn-Holt, la Historia del siglo XX Chileno, la historia se puede escribir colectivamente, además de ser:

“(...) un texto de historia que prescinde de todo el aparataje (..) Es un análisis, es integrador de las diversas vertientes de la realidad, lo que se refleja en un relato que va conduciendo entre lo político, lo cultural, lo social y lo económico, lo individual y lo colectivo, lo local y lo internacional, en una continuidad sin diferenciación”[23] .

De acuerdo con estos autores, la historia puede ser concebida como un trabajo intelectual, surgido desde la óptica heterogénea de varias visiones de mundo. Esto no impide, de acuerdo al texto, hilvanar relatos indiferenciados de una totalidad clara, el siglo XX en Chile. Plantean que la historia es múltiple y que transita entre lo local y lo externo, desde constructos a veces individuales y otras gregarias.

Para la historia de Carahue, esta discusión hace difícil iniciar la tarea de escribir la historia local de la comuna, sus habitantes, instituciones y proyecciones. Sin embargo, de acuerdo a lo expresado por von Ranke, Marx, Dillehay, Weber y otros estudiosos, la historia no tiene una única definición ni un único objetivo. Depende de los propósitos y motivaciones de quien la escriba. Lo importante es mantener siempre la honradez en el tratamiento de la información y el impeto por aportar al desarrollo del pueblo y su gente.

El Fortín Carahue

La fundación de Carahue reviste una singular importancia. Allí confluyen elementos generales y particulares de la historia de Chile. Con esta creación fueron echadas las bases sociológicas e históricas de un pueblo definido desde el primer momento por la presencia de los vertientes culturales opuestas: una guarnición militar chilena por un lado y la población mapuche que controlaba el territorio, por otra.

Teniendo claridad en este punto constitutivo, la historia se desdoble y despoja de sus prejuicios y tabúes, siempre incómodos y desvirtuadores de procesos de aprendizaje significativos.

En el álbum del cincuentenario del Departamento de Imperial, editado en 1937, se indica respecto de esta fundación, que:

“El Ministro Castellón comisionado por el Gobierno y acompañado de don Gregorio Urrutia Coronel en esos tiempos, se trasladó a la frontera ha preparar la penúltima jornada”[24].

¿”Castellón, Urrutia, frontera, penúltima jornada”?, ¿ Qué relación guardan estos personeros o conceptos con Carahue y su desenvolvimiento posterior?. La verdad, bastante.

El ejercito chileno desarrollaba, iniciada la década de 1880 la última etapa de lo que la historia escolar antaño denominó “pacificación de la Araucanía” y hoy se conoce como la “ocupación” de esta región[25]. El Coronel Urrutia explicaba en su caminar por estos suelos:

“(...) que el Ministro Castellón venía encargado por el Gobierno para una misión de orden y de paz y que deseaba que todos vivieran tranquilos y que hubiera la suficiente garantía para los pobladores”[26].

En las “parlas” o parlamento de Chol-Chol, los participantes, 300 jefes mapuche del distrito, encabezados por Venancio Coñoepán, y militares chilenos, se dieron por enterados de los objetivos de dicha campaña, por lo cual:

“(...) la comitiva siguió marcha a las ruinas de la Antigua Imperial, en donde había estado meses antes –dice la crónica- el Coronel Urrutia, fundándose ahora el fuerte de Carahue, se le dio este nombre que quiere decir <>”[27].

En este sentido, Carahue también es conocida hoy por hoy como la ciudad que fue o como indica un madero en la salida que da en dirección a Temuco, la síntesis de cien años de amor y de trabajo. Una nomenclatura nostálgica y poética por cierto. O como la ciudad de los tres pisos.

Los primeros años de este poblado comenzaron siendo un fortín de avanzada, el cual permitió ir consolidando la ocupación de la Araucanía. Temuco y Nueva Imperial[28] nacieron de la misma forma, siendo fortines militares. Geográfica y administrativamente se ubicó dentro de lo que antiguamente se conoció como la alta frontera, dentro del Departamento de Imperial con cabecera en Nueva Imperial precisamente, junto a comunas como Bajo Imperial (Puerto Saavedra y sus alrededores), Carahue, Nehuentúe, Chol Chol en su momento y Nueva Imperial. Cada comuna tenía sus autoridades representadas ante el gobernador departamental y el Intendentes de Temuco por subdelegados de confianza directa del poder ejecutivo.

Cuando estuvo instalado el cuartel general chileno, en lo que hoy es la zona central de la ciudad:

“(...) en las propias casas de los indígenas que vivían en las inmediaciones de la actual plaza de ese pueblo”[29],

entre el 19 y 24 de Febrero de 1882, las autoridades se dispusieron a abandonar el fortín, dejando :

“(...) 50 hombres de guarnición, quedando así iniciada la base para la formación de la nueva ciudad. (...), en las pintorescas colinas que hacen ángulo los ríos Imperial y Damas”[30].

Si bien Carahue fue fundada y contabilizada como línea de avanzada, esta historia comenzó antes y tuvo motivos de fondo. Veamos.

Iniciada la segunda mitad del siglo XIX, el Estado chileno comenzó a mirar cada vez con más insistencia hacia el sur, hacia la Araucanía. ¿El motivo? Principalmente la intención de terminar de una vez por todas con las crisis periódicas del sistema exportador chileno, caracterizado por vender al extranjero uno o un par de productos, todos ellos propios del sector primario o extractivo de la economía, principalmente de la minería y agricultura. Para contrarrestar las crisis cíclicas y dar abasto a la demanda mundial, se comenzó a sostener que el mejor antídoto era extender el territorio nacional. Desde Valparaíso, Santiago y Concepción los empresarios comenzaron a alentar al Estado a ocupar las tierras de los Mapuche.

Antes de 1850, el Estado chileno se relacionó con el territorio al sur del río Bíobío solo por medio de la concesión de permiso y apoyo de trabajo a ordenes religiosas, que por medio de la evangelización trataban de dar nuevas pautas de desarrollo a los habitantes de las comunidades.

Recordemos que luego del triunfo mapuche de Curalaba de 1598, los españoles perdieron las posesiones al sur del río Bíobío y con ellas, los lavaderos de oro y plata, las tierras cultivadas, ganadería, etc. Este río fue la línea que dividió al territorio en hispano-criollo y mapuche. Surgió el ejercito profesional o permanente en la línea norte financiado por el impuesto hispano del Real Situado. Todo esto resultó invariable hasta mediados del siglo XIX. Es lo que las historiografía regional denomina, un espacio fronterizo[31].

Ahora bien, iniciada la década de 1990, los hallazgos y nuevos estudios, además de intercambios de opiniones y readecuaciones, hicieron que Jorge Pinto planteara con claridad y sin dilación, que:

"(...) la ocupación de la Araucanía, y hablo derechamente de ocupación, obedeció a una necesidad que impuso el modelo exportador chileno del siglo XIX cuando una crisis coyuntural, la del 57 al 61, afectó su estabilidad"[32].

agregando que tal decisión fue:

"tomada en la zona central, más precisamente en Santiago, por los grupos de poder que manejaban el país, cuya acción fue capaz de designar a las fuerzas que sostenían la frontera" [33].

considerando la autoridad, para tales efectos, motivaciones relativas al potencial en términos de recursos naturales, existentes en la región. Pinto lo expresa de la siguiente forma:

"La Araucanía ofrecía para ellos sus territorios abundantes y feraces. José Bunster que había visitado la región volvía eufórico a Valparaíso en 1859. Desde allí abogaba por su rápida ocupación" [34].

En invierno de 1996 este autor agrega en Araucanía y pampas. Un mundo fronterizo en América del Sur, algunas consideraciones relativas al despliegue investigacional gestado hasta la fecha en la región:

"(...) síntesis de lo que ocurrió en la Araucanía desde mediados del siglo XVI hasta fines del siglo XIX -dice-, en términos de una sugerencia para analizar la historia regional"[35],

sosteniendo con esto que:

"Desde nuestro punto de vista, se produjo en esta zona un proceso muy interesante que provocó enormes transformaciones en las dos sociedades que estuvieron en contacto (la indígena y no indígena) y en las relaciones que se establecieron entre las dos"[36],

situación que el autor, puntualmente, condensa cuando agrega convencido:

"Creemos que en la historia secular de la Araucanía se produjeron tres fases menores que corresponden, sucesivamente, a la configuración de un espacio de conquista y territorio de guerra (1550-1650); la emergencia y consolidación de un espacio fronterizo (1650-1850) y la desintegración de éste" [37].

La cesura de la historia estaría dada en que:

"(...) la sociedad europea era una sociedad preparada para intervenir y transformar al indígena y que disponía, además, de los mecanismos para hacerlo. Por el contrario, la sociedad indígena -añade-, juega un rol más pasivo, primero, porque no acude a la relación con el propósito de transformar al español y, segundo, porque tampoco ha refinado sus procedimientos de intervención sobre aquél. Esto es, tal vez, lo que hace aparecer a los conquistadores como más etnocéntricos y, en algunos casos, etnocidas y genocidas [38].

Depositando Jorge Pinto en Del discurso colonial al proindigenismo, una severa pero necesaria reflexión en torno a la relación chileno-mapuche, especialmente revisando el papel que el Estado -República dice este autor- a asumido en este tipo de relaciones pluriétnicas y multicultural, ya que:

"A pesar de que en Chile la República fue en el siglo pasado muy severa con el mundo indígena"[39],

o como indica en otro apartado:

"(...) implacable con los indígenas"[40],

estos no han desaparecido.

Es más, advierte el autor, en el censo de 1992 cerca de un millón de personas se autodefinió como indígena. Razón por la cual, los proyectos modernizadores habrían sufrido una gran y dual derrota, y con ellos la dirigencia decimonónica,

"(...) que pretendió desarrollar al país imitando modelos europeos y exterminando al indígena" [41].

Carahue en este sentido es una comuna con fuerte raigambre mapuche, y eso no siempre es bien considerado por los marcos institucionales. El hecho de que el Consejo Municipal tenga entre sus pares a un representante mapuche, el concejal Victor Caniullán, es un logro importante y simbólico, pero eso no vasta. Se debe cambiar la mirada respecto de la población mapuche, respeto convencido es la palabra.

Según Pinto, las evidencias de tal derrota estatal habrían estado en el precario desarrollo anhelado por las élites y el no exterminio de los pueblos originarios habitantes de este territorio.

"Por una parte -indica Pinto, dicho proyecto-, no logró la modernización en los niveles esperados; por otras, no consiguió aplastar al mundo indígena". [42]

Junto a esto, describe y analiza las fuentes del antiindigenismo decimonónico, estableciendo que este se decantó entre 1850 y 1860, dentro de contextos en los cuales las crisis sostenidas del modelo primario-exportador; la posibilidad de conectar a Chile con el Mercado exterior vía Araucanía-Argentina, y el poder (y por tanto exigencia) que la economía chilena comenzó de aglutinar con un capitalismo avanzado, como lo fue el caso inglés, que requería estabilidad y ausencia de peligros tales como los vislumbrados en los territorios indígenas no sometidos, fueron antecedentes directos en la eclosión de estas posturas contrarias al mapuche habitante más allá Bíobío. Antes de 1850 la situación era otra y el contacto entre chilenidad y mapuche estaba en manos de la iglesia católica y otras religiones[43].

Las misiones y los misioneros se deben entender de acuerdo a lo expresado por Patricia Cerda, como uno de los focos socioestructurales más sólidos y consolidados en la sociedad hispana, desde los tiempos medievales europeos, en que fueron utilizados junto a otras instituciones, en la lucha y asedio en contra de los grupos moros que invadieron y ocuparon parte de la península ibérica por más de siete siglo[44].

El proindigenismo, dentro de esta red de relaciones interetnicas, fue una respuestas que si bien no se oponían a la ocupación de la Araucanía, sí se oponía tenazmente a los métodos empleados en esta empresa. Universitarios y la iglesia católica son, para este autor, los focos embrionarios de un proindigenismos, que no escapó a su época por cuanto llamaba a civilizar, educar y adoctrinar a los indígenas [45], oponiéndose en el fondo, a la aplicación de violencia, pero igual tenían posturas asimilacionistas. Girando este discurso hacia principios del siglo XX en dirección a posturas como las de Tomás Guevara y Ricardo Latcham, centrados en un discurso que se basaba en la justicia, el derecho a preservar lo propio, el respeto y la reparación, junto con cierta admiración por los mapuche[46]. Concluyendo Pinto que frente a un conflicto de discursos, el proindigenismos no pudo torcer el paso agigantado de un antiindigenísmo que ocupó la Araucanía y radicó a su población, al menos a la que sobrevivió a la guerra de exterminio librada cuando el siglo XIX expiraba[47]. Situación y dinámica histórica que este autor no cesa de mencionar.

Así como en estudios anteriores, Pinto planteaba que la Araucanía fue dejada de lado o abandonada, hacia 1650 aproximadamente, tras la valorización económica-comercial adquirida por el valle central del Chile frente al destape minero de Potosí en el Alto Perú, y producto de la belicosidad de las comunidades mapuche, en Modernización, inmigración y mundo indígena, de 1998, propone un hallazgo interesante de tener en cuenta. Dice el autor:

"(...) lo que nuestra historiografía no había logrado percibir todavía, salvo algunas excepciones, es el rol que la Araucanía empezaba a jugar en el nuevo escenario que se estaba configurando" [48],

proponiendo, para poder entender este juicio,

"(...) dirigir la mirada hacia el otro lado de la cordillera y evaluar dos procesos simultáneos. El crecimiento de su masa ganadera y el rol de los maloqueros en la llamada 'araucanización de las pampas'"[49],

flujo y actividad generadora, además de circulación de mercancía, dentro y fuera de la Araucanía, transformadora , según este historiador, de la sociedad indígena, en la cual los toki eran,

"(...) el segmento de la sociedad mapuche que más activamente resistió al invasor" [50],

sin embargo, por ejemplo:

"(...) empezó a cambiar su rol, transformándose, paulatinamente, en un maloquero que optó por irse a las Pampas en busca de un ganado que no sólo proporcionaba riqueza, sino también poder político"[51].

De la Araucanía y las Pampas habría llegado al valle central chileno el ganado que más tarde sería producto comercializado en Potosí [52]. La Araucanía, así, según este autor, comenzaba a demostrar que su dinámica histórico-social no fue sólo definida en torno a la guerra y sus efectos colaterales.

Para este historiador, la Araucanía, como territorio que luego de 1850 comenzará a ser ocupado por la chilenidad junto a sus habitantes y sentidos de vida y mundos diferentes, más intensos cuando más se profundizaba el proceso de ocupación y posterior colonización, no era ya más el escenario de la guerra de Arauco, sino centro neurálgico de la historia de Chile, es decir, de la institucionalidad impuesta, primero por los hispanos y luego por los chilenos, que se insertaron en circuitos comerciales y relaciones de carácter capitalista que, paulatinamente, fueron gestando la fisonomía de este país.

Una impresión diferente presenta al respecto Leonardo León, quien sostiene en Maloqueron y Conchavadores que la Guerra de Arauco no finalizó luego de la fijación del Bíobío como frontera hispano-araucana, como dice él. León fundamenta su juicio al diferenciar las malocas de las antiguas guerras hispano-indígenas:

"tanto por el número reducido de conas que participaban de ellas, como por el carácter selectivo de sus objetivos: los ataques de los maloqueros no estaban dirigidos contra los fuertes o guarnicione fronterizas, sino contra las estancias ganaderas"[53],

además de su corta duración,

"su intensidad logística y su periodicidad. A diferencia de las guerra ordinarias, las malocas eran ataques sorpresivos durante los cuales los guerreros se dedicaban al saqueo, al robo y a la destrucción, capturando mujeres, niños y, sobre todo, ganados y caballos para huir más tarde dejando tras sí un rastro de desolación y muerte. En más de un sentido, las malocas eran una forma de guerra chica, sin los rasgos épicos de la Gran Guerra de Arauco, pero mucho más feroz y brutal" [54].

Sujetos fundamentales de este espacio fueron entonces los maloqueros, para los cuales la lucha contra los grupos europeos fue una actividad, según León, casual e irregular.

"Después de concluida la invasión -dice el autor- los conas retornaban a la paz de sus rehues para asumir la vida de conchavarores -otro concepto clave en este texto-, plateros guerreros en los ejércitos araucanos: el lonko maloquero retornaba con suficientes riquezas y prestigio que le permitían asumir status de ulmen o de Cacique Gobernador. Por sobre todo, la maloca era una aventura personal, que de empresa de solidaridad militar en sus primeros tiempos, se transformó en una actividad económica regular"[55].

En otro ámbito y dirección del texto, su autor, presenta y documenta con precisión y holgura las invasiones generadas desde 1737 en adelante, en tierra wingka por mapuche, tras firma en 1726 de un tratado de paz que debía poner fin a estas coyunturas. Durante dicho ciclo maloquero, indica el autor:

"los "indios de Chile" nuevamente actuaron como los principales protagonistas de las depredaciones que ocurrían en las zonas fronterizas"[56],

desatándose a la par con este proceso maloquero, la toma de medidas de la autoridad de Buenos Aires, contra los caseríos y toldos del principal Calelián,

"a quien acusaron de ser el principal culpable del ataque contra Areco y Arrecife"[57],

motivo por el cual, los habitantes de dichas parcialidades respondieron:

"liderados por el hijo Calelién (...) atacando las estancias de Luján, donde mataron "un gran número de españoles, tomaron algunos cautivos y robaron miles de ganados...". La gran maloca de Luján -prosigue el autor- forzó a los bonaerenses a organizar una columna compuesta por 600 hombres, destinada a castigar a los pampinos. Después de vagar por el "Desierto", los milicianos desataron su frustración contra un asentamiento indígena indefenso que al parecer no había participado en las malocas pasadas"[58].

En Chile central en la década de 1770, entre tanto, explica León:

"los acuerdos de paz suscritos por las autoridades de Chile con los principales butalmapus araucanos anunciaron el comienzo de una era de paz y estabilidad en las fronteras"[59].

No obstante, cundía el temor y la inquietud producto de las noticias y rumores llegados desde Argentina, situación por la cual la autoridad santiaguina debió enviar milicias a la zona en cuestión como mecanismo de fuerza que frenase cualquier arremetida maloquera. León dice al respecto que era el espectro de la guerra de Arauco, el que polulaba en los aires y ánimos de la población colonial. Llegando, la actividad maloquera, según este autor, a su climax hacia 1780[60].

"En 1784, las autoridades del virreinato eran conmovidas por el asalto y muerte del intendente de los establecimientos del Río Negro -Juan de la Piedra- a manos de los conas del cacique Negro. El virrey Marqués de Loreto -agrega-, que estaba interesado en mantener y asegurar la sobrevivencia de los establecimientos, vio frustrados sus esfuerzos defensivos a principios de 1785 con el arribo de nuevas noticias sobre una gran maloca. De acuerdo a estas noticias, se estaba formando una confederación de "los indios de las naciones Ranquelches y Huilliches y otras tribus, por aquellos convocados a hacer una invasión por todas las fronteras en una misma Luna""[61].

Según los registros de este historiador, la maloca de San Luis en Argentina fue la última maloca registrada en los anales del siglo XVIII [62], coyuntura que ayuda a entender, según el autor, el poblamiento o araucanización de las pampas, pues, como propone León:

"El flujo regular de los maloqueros aceleró la migración de los linajes araucanos hacia las Pampas y la Patagonia, los que se dirigían hacia el oriente para tomar posesión permanente de los paraderos provisionales, de las fuentes de agua fresa, de los pasos de montaña y vados de ríos y asegurar así el control de los principales puntos estratégicos. De este modo se aseguraban -añade- se eliminaban los riesgos que implicaba la travesía por el "Desierto" y se aseguraba que el producto del malón llegase a salvo a los asentamientos de Neuquén, Limay o Araucanía. (...) las rutas de los maloqueros se fueron cubriendo de rehues"[63].

No pudiendo definir la identidad maloquera, puesto que,

"La formación de alianzas entre diversas etnias a partir de 1750, hicieron aún más confusa la situación. No obstante, además de las observaciones vertidas por oficiales y vecinos, otro indicador fueron las rutas, conocidas más tarde por el nombre de "Caminos de los chilenos" o "Rastrilladas", constituían una extensa red de surcos o zanjas que cruzan las pampas reflejando físicamente los movimientos periódicos de los maloqueros"[64].

Inmerso en este mismo escenario, León define y concede un sitial preponderantemente fronterizo al conchavador;

"(...) uno de los principales protagonistas del comercio legal e ilegal que echo raíces a través de las fronteras indígenas en el siglo XVIII"[65],

según este autor. El conchavador, como grupo:

"(...) constituían una extensa red de hispanocriollos, mestizos e indígenas cuya principal tarea consistía en actuar como intermediarios entre ambos mundos. Unidos entre sí por lazos de parentesco ceremonial o político, el ámbito geográfico que cubrían se extendía más allá de las localidades puramente fronterizas, traspasando las barreras administrativas o étnicas que separaban a l

Historiadores mapuche como José Marimán discrepan con estas postura y van aún más allá en sus apreciaciones:

"En lugar de una legislación indígena, es necesario entonces que el Estado reconozca constitucionalmente el carácter pluriétnico del país, así como el reconocimiento y la garantía constitucional del derecho de los pueblos indígenas, hoy colonizados y dominados, a la autonomía"[66].

Remarcando que:

"La autonomía, como proyecto de liberación del pueblo Mapuche, no se limita entonces a la reivindicación de una simple autonomía cultural, sin base territorial ni derechos políticos: ella es una autonomía territorial política del pueblo Mapuche"[67] ,

para luego aclarar:

"(que) La autonomía Mapuche como proyecto político no está dirigida contra la población chilena, en tanto que tal, de la región. Al contrario, un estatuto de Autonomía regional debe ir en beneficio del conjunto de la población, permitiendo un desarrollo regional más armónico y en función de los intereses de la población local. Hasta la fecha, el centralismo del estado no ha hecho mas que penalizar y distorsionar el desarrollo regional"[68].

En otro sentido, el bandolerismos y los altos índices de alcoholismo, por el lado negativo, y la laboriosidad de agricultores y diversidad cultural, por otro, fueron los elementos que constituyeron las bases de la nueva sociedad que iba a emerger de este experimento del Estado chileno. Una región multicultural y pluriétnica no reconocida. El aspecto doloroso de la historia, lo patenta la división sufrida por la población mapuche que fue confinada a reducciones o comunidades o lof[69] lejos de la dinámica de la vida urbana. El despojo fue brutal. Para los mapuche quedaron no más del 5,8 % de su antiguo territorio, siempre las tierras de más baja calidad y con nulo acceso a la dinámica del mercado. En este sentido, se debe ser claro. Los pueblos fundados luego de la ocupación de la Araucanía, en una visión holística, no fueron hechos pensando en la población mapuche, sólo en la chilena y colonos, pero no de otra forma.

En este escenario, Carahue fue siempre un territorio feraz, fértil y prodigioso agrícolamente hablando. Demás esta decir que junto a esta fama estuvo siempre aquella diseminada por los busca fortunas, vagabundos y patiperros acerca de las minas de Santa Celia; un lugar recóndito, al cual no se le ha dado la consideración y difusión que merece.

Comienza el siglo XX

Iniciado el siglo XX, en Santiago, Enrique Mac Iver, congresista radical, decía con preocupación evidente:

“Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan”[70].

Por medio de leyes, el Estado chileno intentó diseñar las bases para el desarrollo de la nueva región anexada casi treinta años antes. Educación, salud, infraestructura y colonización fueron los puntos centrales para La Moneda. En el ámbito mapuche, la legislación vigente databa desde 1866 y 1884, y se caracterizaba por normar el proceso de radicación iniciado con la ocupación de la Araucanía, por medio de la entrega de tierras mediante de un Titulo de Merced a los lonkos de cada territorio. Durante estos años fueron muchos los despojos y fraudes sufridos por la población mapuche. Hoy se argumenta con extrema liviandad y falta de rigurosidad, siguiendo tal vez las orientaciones del historiador Sergio Villalobos, que fueron los mapuches los que vendieron sus tierra y punto. La verdad es que la historia no es tan así. Los cuadros legales, sociales, ideológicos y económicos ampararon estas situaciones que aún hoy repercuten en nuestra sociedad.

En 1900 Carahue vivía con intensidad las primera horas de una nueva centuria. Las ideas de progreso y mejoría eran pilares del animo diario de los colonos y residentes de lo que en aquel tiempo era un villorrio; en las comunidades mapuche circundantes la radicación mostraba sus huellas: generó cohesión comunitaria y el empobrecimiento histórico de este pueblo tras ser desarticulada su economía ganadera de abundancia y comenzar a ordenar otra de subsistencia y precaria integración al mercado.

El 4 de junio de 1900, en el radio urbano se registra un hecho gravitante en el desenvolvimiento político de la comuna. Es informada oficialmente la elección como primer alcalde de Alejandro Holzapfel, secundado de Carlos Arcos entre otros vecinos[71]. A nivel nacional, el sistema parlamentario era presa de sus debilidades, vicios y rotativas ministeriales, siendo primer mandatario Federico Errázuriz Echaurren, antes había sido Jorge Montt, y desde 1901 Germán Riesco.

Una de las inquietudes y mayores esfuerzos por parte de la nueva autoridad, registran los archivos, fue el despegue de la educación. Así consta en una acta de 1901 en la cual se detalla una lista de insumos y recursos para el año escolar en curso. Se solicitan 1500 pesos para material de estudio[72], mapas, diccionarios, cuadernos y cuadro geográficos; además de recursos para inmobiliario.

En este contexto, Carahue nació como espacio económicamente agrícola, seguido de la ganadería, el comercio y en menor escala la minería. A nivel nacional, la situación no distaba mucho de lo que en las colinas acontecía. Tan sólo el salitre, el oro blanco del norte, hacía la diferencia.

“Chile continuó siendo un país con un predominio abrumador de las actividades mineras y agrícolas. Sin embargo, aunque nuestro país estaba muy lejos de ser una nación industrializada –sólo después de la depresión de los años 30 el sector industrial cobraría una importancia global dentro de nuestra economía-, el auge del salitre provocó el nacimiento de una incipiente industria mediana y algunos rubros de industria pesada que le proporcionaban insumos”[73].

Estadísticas enviada a la Intendencia de Temuco hacia 1909 dan cuenta de la situación industrial comunal, siendo ésta exigua, pobre y despotenciada, en gran medida por la falta de infraestructura, recursos y la lejanía de los polos de desarrollo.

En realidad, el sector industrial-metalmecánico era reducido y de nivel micro. No se puede decir otra cosa. Evidencias recuerdan por ejemplo la existencia y aporte al progreso de molinos, herrerías y otros taller de menor cuantía. Destacando en el rubro molinero, Enrique Valck y Anacleto Pinsentel. Oliverio Holzapfel contribuía con su taller de carrocería; así como entre las herrerías destacan las de Felindo González, L. Ruiz. E. Vega; Juan de Dios Mendoza; Valentín peña en mueblería; Victor Marín en elaboración de maderas al igual que Alfonso Vergara, Dusty Valck, David de la Maza y Manuel Leiva Seguel; Duhalde y Hnos. en destilación alcohólica; Manuel Mella en talabartería; Juan Aravena en Zapatería y quizá las primera mujer empresaria de Carahue, Mercedes Moncada en sastrería[74].

Ahora bien, si la industria metalmecánica y otras actividades no registraron mayores incrementos durante este período, si lo comenzó a tener la navegación fluvial en el río Imperial. Desde la subdelegación de Carahue se presentaba, en Septiembre de 1902, al Gobernador departamental las inconveniencias de que el “práctico”, es decir, el encargado de este servicio, continuara en sus funciones, por las razones que ahora pasamos a conocer:

“Hai aquí un Práctico para el servicio de la barra y río Imperial que tiene bajo sus ordenes cinco marineros. Entiendo que las obligaciones del Práctico son: sondear la barra para indicar a los vapores, que hacen la navegación de ella. La cantidad de agua que hai y conducir a los mismos a través de la barra y en el río si fuere necesario; sucede, señor, que el Práctico actual, jamás ha sondeado la barra, sabiéndose el nivel? Más que por los sondajes que hacen los vapores al entrar y salir. Los marineros exceptuando uno de ellos son completamente inútiles para el servicio, el patrón de bote es un hombre que cuenta más de sesenta años de edad y es borracho consuetudinario. Continuamente las dos chalupas del Práctico (del fisco) están varadas en la orilla del río, jamás esos marineros hacen ejercicio, por más que el que suscribe ha hecho protesta al Práctico la conveniencia de ejercitar a su jente, no usan uniformes ni distinto alguno”[75].

No es de extrañar que detrás de esta denuncia se encubriera una disputa entre acusador y acusado, disputa fundamentalmente de poder, por cuanto la dinámica y efervescencia de la actividad económica que giraba alrededor de los vapores cada día era mayor, cuestión que hacia de la persona del Práctico una figura respetada y con influencias más que apreciables a nivel comarcal.

Por otra lado, en 1903 se nombraba como juez de distrito, al abogado Vicente Torres, cuya labor debía cumplir con el apoyo de Justino Segundo Rivas, Lucas Barnechea y Luciano Gallardo. Recordemos que este territorio en conexión con todo el cordón costero fue un espacio social convulso y complejo. Según algunos historiadores, luego de la ocupación de la Araucanía la violencia se expreso por medio de una nueva realidad, cada vez más consolidada y dañina, el bandolerismo. En este sentido, el juez de distrito y sus colaboradores era una figura clave en este paisaje cultural en gestación. Pero eso no era todo[76].

En un rincón apartado de la antigua frontera, la población debía validar su existencia y su impulso civilizador en estas tierra. Ese sin duda es el motivo que explica que hacia 1904 los vecinos vieran con mucho agrado y satisfacción la incorporación al recientemente formado Servicio Militar Obligatorio de jóvenes del pueblo. Nombres como los del conscripto Baudilio Mora Fierro, Rafael Barraza Luengo, Juan Huaiquimil y Manuel Aravena Correa, eran emblemas de juventud emprendedora y comprometida con su país[77].

La vida se tornaba difícil. El invierno en la alta frontera, de Temuco al sur, era reconocido y temido en la región y fuera de ella. En otro ámbito, las protestas obreras y la represión estatal comenzaron a ser pan de cada día en ciudades como Santiago y Valparaíso. Las mancomunales, sociedades de resistencia y de socorros mutuos, organizaciones consolidadas en el mundo proletario. Todos querían surgir de alguna manera. Los centros distribuidores de bebidas alcohólicas abundaban. La policía carahuina en 1905 por ejemplo, recordaba sus facultades para cerrar este tipo de establecimientos, de acuerdo a las innumerables denuncias a la fecha.

“(...) esta Gobernación cumpliendo el mandato de la lei de alcoholes promulgada el 18 de enero de 1902 que establecía en su art. 79 que desde la referida fecha la autoridad administrativa hará clausurar los establecimientos de espendio de bebidas alcohólicas que se fundaren a una distancia menor de 200 metros de los templos, casas, de instrucción o beneficencia (...), i de las cárceles y aun más transcurridos tres años desde la referida fecha, dicha autoridad no podrá permitir ningún establecimiento en los ya esperados a una distancia menor (...)[78]

La visita del Secretario de Estado de Estados Unidos, Mister Root, a Chile, fue todo un acontecimiento motivo por el cual la Cancillería solicitó a nivel nacional, el catastro de todas lasa actividades productivas[79]. Recordemos que en esta fecha Estados Unidos comenzaba a emerger como lo que más tarde sería considerada la primera potencia mundial. Hasta la primera guerra mundial, la hegemonía económica y comercial a nivel mundial, lo detentaba Gran Bretaña y su imperio.

Los ánimos comenzaban a prepararse para misiones de país. Carlos Thiers, con inversiones en Carahue y Nueva Imperial, encabezaba la comisión preparatoria del Censo hacia 1907[80]. Este fue el año en el Norte Grande de la tristemente recordada matanza de la escuela de Santa Maria en Iquique. La Cuestión Social arreciaba, la pobreza comenzaba a ser centro de discusión y luchas desatadas. Chile ya no era el mismo de hace cincuenta años atrás. Nuevo actores sociales estaba surgiendo, obreros y clase media especialmente, cada uno con sus propios proyectos, inquietudes y demandas. De ahí los conflictos con la autoridad oligarca[81] aún, miope y remolona en asumir las transformaciones en el seno de la sociedad.

En Carahue no era mucha la población ilustrada y en condiciones de asumir responsabilidades censales o de otro tenor. La educación formal comenzaba a ser cada día más importante, no obstante, el índice de personas sin educación o incompleta en muchos casos era notoria. En 1910 la matricula en educación primaria a nivel nacional ascendía a 258. 875, descendiendo abruptamente en la secundaria y especial a 30.731 y el la superior a tanto sólo 1.824 matriculados[82]. El Censo, a prueba de suspensiones, desarrolló sin mayores inconvenientes. Chile necesitaba contarse, para proyectar recursos y emprender obras de diversa índole. El gasto público en administración alcanzaba el orden de los veintiún mil dólares; en defensa diecinueve mil; fomento (obras públicas y ferrocarriles) treinta y tres mil; en desarrollo social ( educación y justicia) once mil y en finanzas trece mil dólares, considerando una deuda pública general de 163.693 dólares[83].

El Estado crecía vertiginosamente. Una relación de tipo clientelar y paternalista hicieron de este aparato, una verdadera grúa u oficina de colocaciones pública. El correo por nombrar un ejemplo, fue utilizado como mecanismo de absorción laboral y pago político a quienes se veían beneficiados.

“Para hacerse una idea, según datos correspondientes a 1907, éstas ya pasaban de 870. En este esfuerzo se enmarcó también la legislación de 1862, por la cual se obligaba a toda empresa ferroviaria a transportar sin costo las valijas de correspondencia, así como al empleado al cual al cual la oficina de correos creyera oportuno encargar la conducción de las valijas, y a los estafetas”[84]

Más allá de los límites de Carahue, 1910 fue un año de muchas ceremonias protocolares y solemnes. Uno de los motivos inmediatos fue la celebración del centenario de la independencia, con abundantes fiestas populares en todo el país; pero además constituyó un momento significativo el duelo nacional ante la muerte del presidente Pedro Montt y el de su sucesor meses después, Elías Fernández Albano[85]. Ese mismo año, Luis E. Recabarren en su Balance de Fin de Siglo expresaba con molestia acerca del hacinamiento y los conventillos:

“Sintamos pesar por los niños que allí crecen, rodeados de malos ejemplos, empujados al camino de la desgracia. Allí están, en abigarrado conjunto dentro del conventillo, la virtud y el vicio, con su corolario natural de la miseria que quebranta todas las virtudes”[86].

Además de instruir al bajo pueblo en su postura frente a la celebración del centenario de la Independencia de Chile. Declaraba Recabarren:

“(...) en nuestro concepto sólo tiene razón de conmemorar los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la Corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos y para aprovecharse de todas las ventajas que la independencia les proporcionaba; pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada, (...) gana ni ha ganado”[87].

En torno al aislamiento o desconexión vivida por Carahue y pueblos con características de centros en gestación, los sistemas de resguardo y seguridad de la población eran también febles. Un aspecto que da cuenta de esta situación, es la constante queja de la autoridades en torno a problemas de alcoholismo o relacionados con este negocio. En 1911 la Gobernación, registró para todo el departamento, la siguiente cantidad de tabernas: en Almagro 30; en Carahue 200; en Nehuentúe 3; en Bajo Imperial 100 y en Nueva Imperial 200[88].

Resalta con notoriedad la alta cantidad de tabernas en los dos focos urbanos más grandes del departamento, Carahue y Nueva Imperial. Esto se explica, en parte por la mayor cantidad de población demandante, pero también por el alto tráfico de negocios y poder adquisitivo concentrado en estos dos pueblos, es decir, la concentración no sólo se debe a la cantidad de población, sino que debido a que esa población puede demandar servicios monetariamente en dichos locales.

En este mismo año, el Juez de Letras escribe al Gobernador para expresarle su preocupación justamente por el tema del alcoholismo desmesurado.

“Para dar mejor cumplimiento a la lei sobre alcoholes, i poder hacer efectivas las penas a los infractores, estima el suscrito, que tanto la autoridad administrativa, judicial i municipal, sabemos cumplan el mayor celo para combatir, no solamente la embriaguez, sino también, como la lei lo prescribe, a los dueños, empresarios o administradores de los establecimientos donde se expenden bebidas alcohólicas, distribuidos o frecuentados, que ocasionan más malas que el mismo individuo que se embriaga. Casi la totalidad de los delitos son homicidios que se cometen en este departamento, tienen por causa, única, la embriaguez, i su aumento progresivo de año en año, es alarmante”[89].

Pero el problema no era sólo local. En 1908, la policía detuvo a nivel nacional a 58.000 borrachos en la calle, cifra que se elevó 110.000 tres años más tarde[90].

Los partidos políticos en tanto, fueron los más involucrados en esta problemática de Carahue y de muchos otros pueblos de la antigua frontera. Por un lado atacaron fuertemente el tema del alcoholismo; pero por otro velaron por los intereses de sus electores cuando estos estuvieron involucrados en denuncias de irregularidades. En 1912 las tiendas políticas más importantes y prestigiosas de la zona eran el Partido Liberal Democrático del senador Manuel Salinas y del diputado Luis Rivera; el Partido Radical Independiente del senador Fidel Muñoz Rodríguez; el Partido Conservador del diputado Emilio Claro; el Partido Nacional; el Partido Radical del diputado Héctor Anguita y el Partido Democrático con fuerte raigambre popular[91]; el partido de Malaquias Concha y Abdón Cifuentes, políticos bastante conocidos en el Departamento.

También en 1912, el Ministerio de Industrias y Obras Públicas autorizaba por dos años a Florentino de la Cuadra para instalar balsas en cursos fluviales de Carahue. Algunas tarifas fijadas por la autoridad establecían que por pasajeros de pie se cobraría cinco centavos; pasajeros de a caballo diez centavos; coches de dos ruedas veinte centavos; igual cosa para los coches de cuatro ruedas; las carretas de dos ruedas pagarían veinte centavos, las de cuatro ruedas treinta centavos y por cada cabeza de ganado cinco centavos[92].

Si bien se planteó el aislamiento o alejamiento de Carahue de los grandes centros productivos, comerciales y poblacionales del Chile, se debe plantear que esta situación pudo ser peor sin la presencia del Tren desde los albores del siglo XX. Luis Zapata San Martín trabajó treinta años y seis meses en la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Su visión del tema resulta entonces significativo. La conectividad resultaba ser vital en las aspiraciones comarcales, y el ferrocarril la única solución al estancamiento.

Fruto de su trabajo Zapata San Martín recorrió diversos lugares de Chile, de preferencia hacia el sur, desde:

“Carahue, hasta Puerto Montt; pasando por otras estaciones intermedias”,

recuerda con nostalgia y un dejo de orgullo.

Este ferroviario comenzó su vinculo con esta empresa, cuando tenía dieciocho años edad. En 1940 comenzó su labor el la estación de Carahue. Luego, entre 1941 y 1943 estuvo en Osorno; posteriormente regresó a la tierra de las colinas hasta que en 1951 volvió a la región de Los Lagos hasta 1953, regresando a su pueblo natal hacia 1958, año en que nuevamente emprendió rumbo hacia Frutillar, en la provincia de Llanquihue hasta 1972. En aquella estación fue oficial de estación durante catorce años. Jubilando a la edad de cuarenta y dos años.

Entre sus principales rememoranzas se encuentran aquellas vividas en Frutillar, un pueblo caracterizado por su población alemana, colono desde mediados del siglo XIX. De ellos recuerda:

“(...) que eran buena gente; la pasé bien por allá; gente atenta, trabajadora, hartos fundos ganaderos, diferente a acá, aquí se usan para agricultura, todo eso”.

Para este trabajador de Ferrocarriles, el impacto que entregó este medio de transporte para Carahue y Chile en general fue innegable, sosteniendo por ejemplo:

“que los fundos como los de los Sleyer, Landareche, Duhalde, Maisa, Ferrulet... acarreaban animales en los ferrocarriles y así también traían otras cosas”,

además de revolucionar entre la población el uso y organización del tiempo, puesto que antes:

“del tren sólo se andaba en carreta y el tiempo ocupado era más; luego la cosa cambio; no sólo servía para viajar, también para carga ligera y pesada; hasta dos vagones para los comerciantes y agricultores que llevaban sus mercaderías a Imperial o Temuco”.

De lunes a jueves llegaban a Carahue trenes de carga. El tren habitual hacia Temuco estaba compuesto por cuatro coches de tercera, uno de primera y un furgón, además de dos coches para los comerciantes. Mucha gente regresaba con sus negocios al día, sus mercaderías vendidas y pertrechos o abarrotes para el hogar. Otros recuerda el ferrocarrilero regresaban maltrechos, díscolos y somnolientos ante la ingesta excesiva de bebidas de alto grado en boliches y cocinerias de sabrosos aromas y condimentación. Eran otros tiempos en la Frontera. Todo esta en gestación.

Pero eso no era todo:

“(...) había una carro tirado por un solo buey que traía las cosas, mercaderías y otras al tren; desde el río, del vapor cargaban el carro con capacidad para 120 sacos, y de ahí en dirección al tren; era un tremendo buey; harta fuerza para cargar sólo tanto peso, impresionaba, y siempre se veía”.

Este hombres de maquinas alude a la magia ferrocarrilera, diciendo:

“Era como un paseo o distracción; la gente iba y venía; los que quedaban en la tarde venían a la estación a buscar a sus familiares, correspondencia, otras cosas. Era un verdadero paseo. Los Domingo también era lindo. Una banda, que ahora ya no está, venía a la estación y acompañaba a los viajeros; se paseaba un rato... así, bien lindo la verdad”,

recordando que el tren del domingo, se conocía como tren de excursiones exclusivo para turistas, que luego de llegados a Carahue seguían conociendo por vapor o por tierra otras zonas, incluyendo la costa. Cuando volvían a Temuco, la banda municipal los despedía, creando con ello un clima festivo, muy atrayente y recordado por las visitas.

Pero las cosas fueron cambiando. En 1978 se suprimió el servicio de trenes de pasajeros desde y hacia Carahue. El tren de carga por su parte alcanzó a funcionar hasta 1985 aproximadamente. En un primer momento, recurda Zapata San Martín, la gente reclamaba por la cada vez más pésima atención delos trenes, pero con el tiempo esta disconformidad fue dando paso a nuevos negocios. De puerta a puerta era imposible competir con camiones o locomoción colectiva. Los ferrocarriles, locomoviles y tranvias fueron dando paso, en todo Chile a nuevas formas de transporte, que con otra dinámica fueron ocupando el espacio dejado por el ferrocarril, que hizo de la Araucanía el granero de Chile como recuerdan los longevos recuerdos de abuelos en tertulias de honda emoción.

La configuración regional fue fruto de este medio de transporte, tan legendario y distante para la modernidad del siglo XXI. Cabe recordar en este sentido, que con la inauguración del viaducto del Malleco el año 1890, fue conectada la Araucanía con Chile central. El Presidente José Manuel Balmaceda fue el encargado de inaugurar tan monumental obra arquitectónica. Algunas de sus palabras aquel día fueron las siguientes:

“La ciencia i la industria modernas, tienen un poder de creación capaz de someter todos los elementos de la naturaleza”[93],

dijo convencido, mientras el viaducto se imponía en las alturas. Asegurando:

“Hoy invadimos el suelo de aquellos bravos, no para incendiar la montaña, ni para hacer cautivos, ni para hacer cautivos, ni para derramar la sangre de nuestros hermanos, ni para sembrar la desolación i el terror, con el ferrocarril llevamos a la región del sur la población i el capital, i con la iniciativa del gobierno, el templo donde se aprende la moral i se recibe la idea de Dios, la escuela en la cual se enseña la noción de la ciudadanía i el trabajo, i las instituciones regulares a cuya sombra crece la industria”[94].

El Presidente creía ser el llamado a concretar las ansias de progreso, tan esquivo para Chile.

Eleuterio Toro, Profesor y Doctor en Matemáticas, nombrado por el consejo municipal de Carahue, Hijo Ilustre el Lunes 10 de Diciembre del 2001[95] es otro ejemplo de trabajo y dedicación. Educado en Tranapuente y Carahue, luego profesor suplente en el Liceo municipal y en la Universidad Católica de Temuco, para luego serlo en importantes centros de estudio e investigación internacionales, fue el primer latinoamericano en recibir el año 2000 la distinción como Señor de la Corona Británica por sus aportes científicos y tecnológicos, de manos de la Reina Isabel II de Inglaterra. Destacable en este sentido, fue la visita previa el mismo 10 de Diciembre a su Liceo, el Complejo Claudio Arrau León, el cual encabezado por su director, el profesor Jorge Cabrera, se preparó para recibir a quien con seguridad es su más connotado ex alumno y ex profesor.

Conclusión

En sus primeros treinta años de historia, Carahue registró un alto movimiento humano, en ámbitos variados como el comercio, la pequeña industria, la agricultura y otras actividades productivas. La educación también fue preocupación de la autoridades, por cuanto el paradigma dominante a principios del siglo XX era aquel que en gran medida permanece hasta nuestros día: educación como puntal de despegue y desarrollo.

De acuerdo con esta intencionalidad histórica, los planes y programas de estudio desplegados con el devenir de la reforma curricular para enseñanza básica y media, unida a la formación y mejoramiento de la actividad docente, permiten augurar la formación de alumnos y alumnas interesados en discutir e investigar temáticas de este corte. Es una tarea que está abierta y se debe institucionalizar en escuelas y liceos. Debe ser una política municipal que comprometa a todos los actores de la comuna, autoridades, intelectuales, empresarios, jóvenes, niños y adultos en todos sus espacios de acción.

La historia es sin lugar a duda, el piso desde donde debiera surgir toda iniciativa tendiente a vigorizar y dar sentido al desarrollo de un grupo o comunidad. Generar instancias para conversar de forma multicultural, en un espacio socialmente construido por mapuche y no-mapuche, potentados y débiles, letrados y no-letrados, etc., que identifiquen las fortalezas y debilidades propias de la comuna desde una perspectiva histórica y no considerando los dos o seis últimos meses solamente. No. Eso desvirtúa la realidad, negativa o positivamente, pero lo hace. En esta orientación pueden ser fortalezas las ondas raíces y tradiciones de la población de Carahue. Como debilidad se pueden mencionar problemas como el alcoholismo tan marcado desde los tiempos iniciales de la comuna, como lo plantea este texto.

Luego de articulado este esfuerzo de autorevisión comunal, los elementos externos al sistema comunitario deben ser vislumbrados y clasificados como amenazas y oportunidades localizadas en el medio. Las posibilidades son múltiples y se deben ocupar. Los fondos nacionales y regionales de desarrollo, infraestructura, educación, riego, capacitación, cultura, artes y fomento del libro y la lectura, actividad fabril, manufacturera, en fin, todos aquellos proyectos que permitan captar recursos invertibles en la gente, sus vecinos, estudiantes y población en general. Las amenazas pueden ser los marcos comerciales que perjudiquen producciones emblemáticas de Carahue como la papa, distribuida y comercializada tanto en el mercado nacional como internacional, y muy buen trabajada en términos publicitarios con el pastel de papas más grande y el encuentros internacionales sobre el tema llevado cabo durante el presente verano.

Pero eso no puede ser todo. Sí bien esta acciones son un punto de partida acertado, se deben implementar proyectos de inversión social y gasto municipal que sin descuidar aspectos tan importantes como la productividad y competitividad, ahínquen los esfuerzos en entregar mayor cantidad de recursos y asistencia técnica-profesional a la población más vulnerable e indefensa de la comuna. Esto implica velar por que los marcos regulatorios de la dinámica de mercado se cumplan, pero también permitir que esta regulación involucre a toda la población, y no tan sólo a pequeños y a veces selectos grupos.

Este trabajo de historia a surgido gracias a esta inquietud y compromiso con los jóvenes que estudian en un Chile partido por hondas diferencias sociales y económicas. Los dice el SIMCE, la PAA que ya comienza a expirar, y tantos otros instrumentos de medición. Algún profesor pudiera decir ¿Y qué podemos hacer nosotros?. Difícil pregunta, pues no todo el proceso educativo recae en los hombros del maestro. No. Son innumerables las variables, situaciones y actitudes que bregan en esta coyuntura. Sin embargo el profesor no debe renunciar a presentar siempre prácticas docentes de calidad, en Carahue, Trovolhue, o en cualquier rincón del País. Este proyecto surgió de esta convicción, en el diario vivir junto a alumnos de 7º Básico a 4º Medio durante gran parte del año 2001 en el Complejo Claudio Arrau León.

Junto con esta reflexión, otro elemento importante a considerar en la perspectiva de desarrollo para la comuna, es la activación de programas de autoevaluación institucional desde el municipio hacia la comunidad, sus organizaciones y servicios públicos, de manera que sus actividades se puedan autorregular y alcanzar así niveles de eficiencia y calidad acordes con tiempos en los cuales la toma de decisiones acertadas e informadas marcan la diferencia. Una cultura de la evaluación, constante y proclive a promover actitudes de prácticas críticas, reflexivas, revisionistas y comprometidas con los circuitos históricos de asentamiento y desarrollo población, auguran un camino sostenido de mejora de la situación social, económica, política y cultural de Carahue, la ciudad que fue... y que sin duda seguirá siendo.


Nueva Imperial, Otoño de 2002
Un aporte a la historia y cultura de Carahue: en un nuevo aniversario del complejo Claudio Arrau León, año 2002
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[1] Licenciado en Historia. USACH. Magíster en Ciencias Sociales Aplicadas. UFRO-PARIS XII. Profesor de Historia y Ciencias Sociales en Complejo Educacional Claudio Arrau de Carahue durante el año 2001.
[2] En. Por nuestra gente. Cuenta pública 1999-2000. I. Municipalidad de Carahue. 2000.
[3] Bonfil Batalla, Guillermo. El control cultural. Revista Arinsana Nº 10. Caracas. 1989; Pp. 10-11.
[4] Canales, Pedro. Una Nueva Historia Mapuche. Revista Mensaje. Santiago. 2000. El autor presenta ideas acerca de este debate entre historiadores.
[5] Vogt, Joseph. El concepto de historia de Ranke a Toynbee. Madrid. Guadamarra editorial. 1974. P. 22.
[6] Ibíd: 22.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Vogt: 27.
[10] Ibíd: 27.
[11] Vogt: 40.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Vogt: 42.
[16] Ibíd:42-43.
[17] Garcés, Mario. Historia Oral:... Revista Ultima Década. Viña del Mar. CIDPA. Nº 5. 1996.
[18] Eco, Educación y Comunicaciones. Historias para un fin de siglo. Santiago. 1993. P. 11.
[19] Eco. Educ... Op. Cit. P. 11.
[20] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Historia contemporánea de Chile. Santiago. Ediciones Lom. 1999. P. 10.
[21] Ibíd: 8.
[22] Salazar, Gabriel y Pinto, Julio. Op Cit. P. 11.
[23] Correa, Sofía et al. Historia del siglo XX chileno. Santiago. Editorial Planeta. 2001. P. 7.
[24] Cincuentenario del Depto. Imperial. 1937. P. 5.
[25] Jorge Pinto de la UFRO habla derechamente de Ocupación y no Pacificación, al igual que José Bengoa.
[26] Cincuentenario del Depto. Imperial. 1937. P. 5.
[27] Cincuentenario. P. 5
[28] Ver Canales, Pedro. Recuerdos de un pasado que no marcha. Revista Ultima Década. Viña del Mar. CIDPA. Nº 7. 1997.
[29] Cincuentenario...
[30] Cincuentenario...
[31] Ver entre otros: Pinto, Jorge. Integración y desintegración de un espacio fronterizo. En Araucanía y Pampas. Temuco. UFRO. 1996; Pinto, Jorge & Villalobos, Sergio. Araucanía. Temas de Historia Fronteriza. Temuco. UFRO. 1985; Villalobos, Sergio. Historia Fronteriza de la Araucanía. Santiago. Editorial Universitaria. 1997.
[32] Pinto, J. La ocupación de la Araucanía en el siglo XIX ¿Solución a una crisis del modelo exportador chileno?. Nutram. N°3, Año VI, 1990. P. 10.
[33] Pinto, J. La ocupación de la Araucanía en el siglo XIX ¿Solución a una crisis del modelo exportador chileno? Nutram. N°3, Año VI, 1990. P. 10.
[34] Ibíd: 13.
[35] Pinto, J. Integración y desintegración de un espacio fronterizo. Araucanía y las Pampas, 1550-1900. Pinto J (edit). Araucanía y pampas. Un mundo fronterizo en América del Sur. Temuco. EdiUfro. 1996 A. P. 11.
[36] Pinto, J (edit). Integración.., Op. Cit. P. 11.
[37] Ibíd: 11.
[38] Ibíd.: 12.
[39] Pinto, J Del antiindigenismo al proindigenismo. Pinto, J (edit) Del discurso colonial al proindigenismo. Temuco. EdiUfro. 1996 B. P. 83.
[40] Pinto, J (edit). Integración.., Op. Cit. P. 84.
[41] Pinto, J (edit). Integración.., Op. Cit. P. 83.
[42] Ibíd: 83.
[43] Ibíd: 83.
[44] Ver Cerda, P en Norambuena; C. La Araucanía y el proyecto modernizador de la segunda mitad del siglo XIX ¿Éxito o fracaso?. Pinto, J (edit). Modernización, inmigración y mundo indígena. Temuco. EdiUfro. 1998).
[45] Pinto, J. Del antiindigenismo...Op. Cit. P. 92.
[46] Ibíd: 104.
[47] En Pinto, J (edit). Modernización... Op. Cit. P. 111.
[48] En Pinto, J (edit). Modernización... Op. Cit. P. 13.
[49] Ibíd: 13.
[50] Ibíd: 14.
[51] Ibíd: 15.
[52] Ibíd: 15.
[53] En Pinto, J (edit). Modernización... Op. Cit. P. 21.
[54] Ibíd: 21.
[55] En Pinto, J (edit). Modernización... Op. Cit. P. 21-22.
[56] León, L. Maloqueros... Op. Cit. P. 34.
[57] Ibíd: 35.
[58] Ibíd: 35.
[59] Ibíd.
[60] León, L. Maloqueros... Op. Cit. P. 50.
[61] Ibíd.: 56.
[62] Ibíd: 59.
[63] Ibíd: 63.
[64] León, L. Maloqueros... Op. Cit. P. 71.
[65] Ibíd: 119.
[66] Ibíd: 8.
[67] Marimán, J. Cuestión Mapuche... Op. Cit. P. 8.
[68] Ibíd: 8.
[69] Lof: familia, grupo parental cercano, comunidad.
[70] Aylwin, M. Et al. Chile en el siglo XX. Santiago. Editorial Planeta. 1990. P. 19.
[71] Fondo Gobernación Imperial. Vol 1. Fs. 360.
[72] Ibíd: Vol. 4. fs. 591.
[73] Aylwin, M. Et al. Op Cit. P. 43.
[74] Fondo Gobernación de Imperial. Vol. 19. fs. 454.
[75] Ibíd: Vol. 6. 06. 1909. 02. fs. 61-62.
[76] Ibíd: Vol. 7. 13/02/1903. fs. 403.
[77] Ibíd: Vol. 8. 21/08/1904.
[78] Ibíd: Vol. 12. 22/05/1906. fs. 289.
[79] Ibíd: Vol. 12. 08/06/1906.
[80] Ibíd: Vol. 14. 06/07/1907.
[81] Oligarca: segín Marcello Carmagnani, Oligarca es quien posee el control de la tierra en Chile central. En Estado y Sociedad en Latinoamérica, 1830-1930. México. Editorial Crítica. 1984.
[82] Aylwin, M. Et al.. Op Cit. P. 77.
[83] Aylwin, M. Et al.. Op Cit. P. 54.
[84] Correa, Sofía el al. Op. Cit. Pp. 36-37.
[85] Ibíd.
[86] Aylwin, Mariana et al. Op. Cit. P. 270.
[87] Ibíd: 270.
[88] Fondo Gobernación de Imperial: Vol. 22. fs. 258.
[89] Fondo Gobernación de Imperial. Vol. 21. 12/08/1911. fs. 246.
[90] Correa, Sofía et al. Op Cit. P.
[91] Ibíd: Vol. 23. 27/03/1912. fs. 143.
[92] Ibíd: Vol. 24. fs. 233.
[93] Pinto, Jorge. Morir en la frontera. En Ortega, Luis (edit) La guerra civil de 1891. Santiago. USACH. 1993. P. 127.
[94] Ibíd: 128.
[95] Diario Austral. Temuco. 19/12/2001.

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